lunes, 9 de enero de 2017

Los Siete Sellos de Guayedra


  Los Siete Sellos de Guayedra
Los trabajos arqueológicos desarrollados
 en el poblado de Majada de Altabaca (Valle de Guayedra)
http://www.redondodeguayedra.com

 Fue Celso Martín de Guzmán quien abordaría diversas campañas de prospecciones y excavaciones entre 1977 y 1981, en Guayedra,  en las que identifica hasta cinco construcciones de piedra seca con carácter de habitación. En 1977 excava dos estructuras. En la primera (EH-1), con una planta de tendencia cruciforme, exhuma una pintadera (n.º de inventario 3114), pero la falta de datos precisos en torno a la excavación de esta unidad impide conocer cualquier otra información arqueológica sobre la pieza60.

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“Se acuerda librar las siguientes cantidades: para la de Guayadeque, 60.000 pesetas a favor
del profesor Mauro Hernández Pérez; 25.000 para la de Guayedra, a favor de don Celso Martín de Guzmán y 30.000 para sufragar los gastos de planos y dibujos de cerámica de la excavación de Jinámar”
(AMC/AMC LAJDMC, n.º 9, sesión del 3-IX-1976).

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En cierta medida, este sesgo puede explicarse por el interés, vigente aún, de identificar a través
del registro arqueológico la existencia de grupos cultural y racialmente diferenciados en la prehistoria de Gran Canaria: aquél que desarrolla su vida en cuevas y el que construye estructuras de piedra para vivir y depositar a sus muertos. En este sentido, el valle de Guayedra proporciona a C. Martín una fuente de estudio para tales planteamientos. Esta podría ser una de las razones que llevan al arqueólogo a poner el acento en los materiales que identifica en uno y otro ambiente, como recursos desde los que justificar la existencia de diferentes “patrones culturales” o grupos étnicos, dejando de lado otros datos informativos que hoy por hoy se consideran imprescindibles para la reconstrucción histórica de estas poblaciones. De ahí que en muchos casos encontremos que interesa por encima de cualquier otro aspecto, ofrecer una relación comparativa de los materiales recuperados en contextos trogloditas de una parte y de estructuras de superficie de otra.



  
N.º de inventario 3040 - El triángulo

Por lo que respecta a la construcción que él designa con el número 2, donde recoge el ejemplar 3040,  halla los restos de dos hogares, a los que se asocia una destacada presencia de malacofauna. Además de ello, ofrece la relación de otros artefactos y ecofactos recogidos en el interior de esta construcción: restos óseos de ovicápridos, recipientes cerámicos e industria lítica entre la que se incluyen molinos circulares y naviformes. De esta forma, y suponiendo que la pintadera no fuera producto de un depósito secundario, podríamos afirmar su relación con un contexto doméstico.

   
N.º de inventario 3188

Otra nueva campaña de excavación en el año 1978 saca a la luz una tercera estructura (EH-3) de tendencia circular, en la que se distinguen dos niveles arqueológicos correspondientes a otros tantos momentos de ocupación. Es en el designado por Celso Martín como nivel arqueológico “A” donde documenta una pintadera (n.º de inventario 3188) junto con restos de recipientes cerámicos, material lítico (lascas y pico), malacofauna y evidencias óseas de ovicápridos y suidos. A juzgar por la posición estratigráfica, este nivel se correspondería con el segundo momento de ocupación de la estructura.

  
N.º de inventario 3206
La información generada en torno a los trabajos de campo desarrollados a lo largo de estas dos campañas muestra contradicciones en torno a la procedencia de una cuarta pintadera (n.º de inventario 3206) , ya que en unos casos su hallazgo se sitúa en la estructura número 1 (C. Martín, 1982 y referencia signada en la pieza) y en otros en la 3 (C. Martín, 1980).
Una información arqueológica más detallada y completa se observa ya en las publicaciones relativas a las campañas de excavación de 1980 y 1981 realizadas en el mismo yacimiento, en las que se identifica una cuarta construcción de piedra seca y planta cruciforme (E-4). Bajo un primer nivel de revuelto, con diverso material arqueológico, se hallaron restos de maderas quemadas que el autor hace corresponder con el desplome del techo ocasionado por un incendio, el cual originaría el abandono de la vivienda.
 
      
 N.º de inventario 3074
  Levantados los restos de este desplome se documentó el suelo de ocupación, en el que fue identificado un hogar al que estaba asociada una microcerámica y, “perfectamente contextuado (...) un sello-pintadera [n.º de inventario 3074], en terracota, de diseño circular con apéndice y que se encontró prácticamente en el centro de la vivienda” (C. Martín, 1982: 307). Además de estos registros, fue también exhumado un repertorio muy similar al observado para las otras construcciones de superficie: fragmentos de un molino naviforme y piezas cerámicas.
 
 
N.º de inventario 3211                          N.º de inventario 3060
         
    
 









 Fuera de la vivienda y próximos a su entrada y paredes se ocalizaron un fragmento de ídolo antropomorfo, industria ósea y un fragmento de pintadera (n.º de inventario 3211). También en el exterior de esta cuarta estructura fue recuperada otra matriz (n.º de inventario 3060).

  
N.º de inventario 3114
Dimensiones: Altura del campo: 18 mm. Anchura del campo: 18 mm. Altura de la pieza: 25 mm.

Descripción/Técnica: Cuadrada con apéndice perforado. El campo está definido por líneas rectas paralelas incisas y perpendiculares incisas.
La pintadera presenta bruñido generalizado.
Procedencia: Majada de Altabaca, Guayedra, Agaete, Gran Canaria.
Conjunto de estructuras de uso doméstico.
Historia: Recuperada en el interior de la estructura número uno, en la campaña de excavación arqueológica de 1977 dirigida por Celso Martín de Guzmán.
Bibliografía: MARTÍN DE GUZMÁN, C. "Estructuras habitacionales del valle de Guayedra". Noticiario arqueológico hispánico, nº 14 (Madrid, 1982), pp. 301-318.


En definitiva, son siete las pintaderas aportadas por los trabajos arqueológicos  desarrollados en el poblado de Majada de Altabaca,  Guayedra,  algunas de las cuales, tal y como se ha expuesto, fueron exhumadas en posición primaria en contextos domésticos.

Para este yacimiento arqueológico se dispone de dataciones obtenidas a partir de las vigas parcialmente carbonizadas de la techumbre de la construcción 4 y de los carbones vegetales del hogar de la número 361, correspondientes a los mismos niveles donde fueron documentadas las pintaderas de ambas estructuras. Los análisis de carbono 14 arrojaron unas fechas de 770 d.C. y 1250 d.C. respectivamente. Se trata de un dato que nos estaría hablando de un uso prolongado de este poblado, pero también de un extendido empleo en el tiempo de unas piezas como las pintaderas.


  

El Propósito de los Siete Sellos de Guayedra


Según los historiadores de la época...

 Sería precisamente la funcionalidad uno de los aspectos más discutidos a finales  del siglo XIX. Mientras unos  autores defendieron  el empleo de las pintaderas como elementos para la decoración corporal, otros las vincularon con el ámbito religioso o bien las interpretaron como amuletos y elementos de adorno a un tiempo.

Así, entre los primeros investigadores que abordan el estudio de estos sellos se encuentra el cónsul francés Sabino Berthelot, quien en su obra de 1879 Antiquités canariennes, define las matrices como “sellos o moldes para estampar”, especulando con la posibilidad de que estuvieran “destinados para impresiones en color, para tatuajes”1(1980: 148). Por las mismas fechas, en 1880, Carlos Pizarroso y Belmonte se refiere a las matrices que formaban parte del “antiguo Gabinete de Casilda” como “sellos de los Guanartemes de Gáldar”, a manera de “signos representativos de la autoridad que se ejerce” (pp. 17-18), simbolizando sus armas o blasones.
 
Otra línea de opinión representa el médico Gregorio Chil y Naranjo, para quien la explicación de estas piezas pasa necesariamente por inscribirlas en el marco de las creencias de los antiguos canarios. Basaba su punto de vista en las formas y motivos triangulares de algunas de ellas, que él entendía como la figuración simbólica del agua, la tierra y el cielo (2004), y en “el punto donde se han encontrado, que ha sido en las faldas de las montañas” (1880: 258), sirviendo la perforación que presentan para su suspensión al cuello.

Las interpretaciones construidas por Gregorio Chil no parecen tener continuidad en el tiempo, si
bien, ya en el siglo XXI, Juan A. Belmonte y Michael Hoskin (2002), en el marco de la arqueoastronomía, vuelven a definir las matrices como “amuletos” o “símbolos de la divinidad”, al ver en muchos de los motivos reproducidos en ellas, la representación de elementos astrales como el sol o la luna, o incluso, signos de la escritura líbico-bereber de posible significación astral.

Verneau acude a los ambientes arqueológicos donde se recuperaron algunos sellos y a las características físicas de estas piezas para rebatir la interpretación religiosa de Chil o la idea de amuletos propuesta por Millares, asignando a las matrices la función del pintado corporal.

Verneau construye sus planteamientos sobre bases científicas, recurriendo a diversos criterios que incluyen, entre otros, el recurso a la práctica de lo que podríamos llamar una “arqueología experimental”.

Tenemos que esperar a la década de 1980 para encontrar estudios más
exhaustivos de la mano de Celso Martín de Guzmán y Jorge Onrubia Pintado. A Martín de Guzmán debemos el primer análisis historiográfico de las pintaderas, así como un inventario de las descubiertas hasta esas fechas en Gran Canaria.

Pero el principal interés que los sellos despiertan en el investigador galdense reside en el papel que les asigna como definidoras o indicadoras de un determinado “horizonte cultural”18.

De esta forma su aproximación a las pintaderas sigue en cierta medida los postulados anteriores, en el sentido de conferirles el valor de fósil director de una oleada de poblamiento.

Concretamente distingue una serie de horizontes culturales, definido cada uno de ellos por unos registros materiales específicos en asociación arqueológica19, desde los cuales construye una periodización de la prehistoria de Gran Canaria. De esta forma, cuevas artificiales decoradas, cerámica pintada, ídolos y sellos, definirían en Gran Canaria el horizonte o cultura de la Cueva Pintada.
 Las características de estos elementos le llevan a vincularlos con el Mediterráneo, y especialmente con el ámbito oriental, aunque el autor no llega a determinar las fechas de entrada del grupo humano portador de estos elementos (1988).Su interpretación funcional se enmarcaría en la teoría de elementos de identificación, dentro de la cual llega a plantear diferentes usos19. Así, habla del empleo de los sellos en el marcado de productos perecederos tales como tortas comestibles de harina de cebada, manteca, etc.20, comprensible especialmente en el marco de sistemas de almacenamiento en depósitos de carácter comunitario (C. Martín, 1984).

Al tiempo, C. Martín no duda en volver a ciertos planteamientos ya apuntados a fines del XIX, como los de G. Chil o A. Millares, al considerar que la presencia de orificios en algunos de los apéndices permitiría conferirles un valor mágico u ornamental, o incluso de emblema.

En este último sentido el autor llega a proponer que, dadas las analogías con las pinturas de la Cueva Pintada, las matrices podrían interpretarse “como insignias emblemáticas de los nobles, o escudos de armas”21.
En cualquier caso, los sellos, en palabras del propio prehistoriador, serían “capaces de indicar relaciones de pertenencia o de vinculación”, una línea argumental que resulta de insertar las pintaderas en la concepción que ofrece el investigador de una sociedad compleja de carácter protoestatal, con diferenciación de clanes y demarcaciones étnicas (1988). 

Sin embargo, C. Martín no duda en incluir también la posibilidad de que las matrices tuviesen un uso similar al documentado etnográficamente por Mondière en 1879 (en Th. Monod, 1944 o R. Verneau, 1883) en la región de Assinia (Costa de Marfil), donde se recurría a sellos de madera para estampar en aquellas zonas del cuerpo aquejadas de algún dolor, variando el dibujo de las piezas en función de la enfermedad y la parte afectada. Desde esta perspectiva las pintaderas poseerían una función mágico-curativa.


En definitiva, puede apreciarse que las pintaderas han sido un elemento que, junto a otras manifestaciones materiales, han servido para construir diferentes discursos en torno al origen y forma de sucederse el poblamiento insular. Se puede afirmar en este sentido que han sido consideradas durante muchas décadas como auténticos fósiles directores de la arqueología grancanaria. Nada hay, pues, de inocente en la búsqueda de los paralelismos de las pintaderas con piezas de similar morfología de otros ámbitos geográficos, ya que, en muchos casos, esas analogías han sido el soporte de diferentes modelos de ocupación. Muchas de estas aproximaciones a las matrices podrían definirse así como producto de las corrientes de pensamiento en boga en cada momento y al servicio, en algunas ocasiones, de unas particulares ideologías.

18 El término «horizonte cultural» es empleado por C. Martín para hacer referencia “a unos
rasgos denotativos del repertorio de bienes materiales, común a varias culturas, y que se expande en un territorio poliétnico, en un segmento cronológico de duración variable” (1986: 577-578).
19 Para Celso Martín el término “pintadera”, que según Verneau empleaba la población de
Tirajana para designar a los sellos aborígenes, derivaría de la analogía con los sellos de panadero,
pero no de la existencia, como en su momento propusiera el antropólogo galo, de una relación entre el significado de esa voz (pintar) y el uso conferido a estas piezas en período preeuropeo. Por esta razón Martín rechaza la interpretación de Verneau (matrices destinadas al pintado corporal) (C. Martín, 1988).
20 Recordemos que Lionel Balout ya había apuntado la posibilidad de la estampación de las
pintaderas en elementos comestibles.
21 Celso Martín apunta a la relación entre las pintaderas y la referencia de las fuentes etnohistóricas
al empleo de rodelas pintadas con motivos geométricos, alusión que para el autor permitiría otorgar tanto a los sellos como a los escudos “un carácter de insignia heráldica, identificadora del clan o linaje” (1988: 298).
22 Celso Martín llega incluso a relacionar los microrrecipientes de la prehistoria de Gran Canaria
con el almacenamiento de sustancias colorantes para la impresión de las pintaderas, sustentando esta
propuesta, en parte, en la asociación arqueológica de ambos elementos en yacimientos como el de la
Cueva Pintada o Guayedra.



FUENTES:
http://www.elmuseocanario.com/
-P i n t a d e r a s  d e l  M u s e o Ca n a r i o
M.ª del Carmen Cruz de Mercadal
Teresa Delgado Darias
Javier Velasco Vázquez




 

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